Cine de pensar
- Sofía Á. J.
- 20 jul 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 11 nov 2020
Cambian los escenarios, las luces, el vestuario de los actores, los centilitros de cerveza consumidos, la temperatura y los propios integrantes. El atrezo se transforma, la iluminación se vuelve más o menos dramática conforme a la intensidad del momento vivido, pero la conversación permanece intacta, idéntica. El esquema se repite a modo de patrón inalterable. La Tertuliana comienza a notar los síntomas. Sudores fríos, garganta seca y una pupila que se dirige hacia el párpado superior, de forma inminente, ante la certera sospecha de una sombra conocida, acechante. El alegato susodicho pende sobre su cabeza como la espada de Damocles. Se trata de un chaval al uso, con un exceso de confianza en sí mismo, quizás. “No te pongas en el peor escenario”, se tranquiliza, “pueden ser sólo imaginaciones tuyas”. Pero observa, aterrada, cómo los labios de esa persona se abren y entonces cae impasible. LA frase. “Oye, tú que sabes de esto, recomiéndame una peli, pero que no sea de pensar mucho”.

El tiempo se detiene y su cabeza realiza, cual lechuza, un giro perfecto de 270 grados. Mira a cámara como Phoebe Waller-Bridge. “Os preguntaréis cómo he llegado hasta aquí”, lanza al aire en un suspiro. Acto seguido hace volar el mantel, rompe todas las copas y agarra por las solapas de la camisa al individuo en cuestión. Le amenaza mientras pierde los papeles y se convierte, para su desgracia, en el estereotipo de señor que grita descrito en capítulos anteriores. El mantel se prende fuego y, antes de que quiera darse cuenta, el bar está en llamas. El resto de tertulianos se arrastra entre los escombros mientras el viento huracanado que brota de su furia les arrastra hacia el vacío. Un turista que recorría los angostos callejones del barrio saca rápidamente su cámara y se dispone a inmortalizar la escena. Recibe la mirada de la Tertuliana, las llamas brotan de sus pupilas. Huye despavorido. Magullada, vuelve la vista y la desolación se refleja en sus ojos. ¿Demasiado? Se pregunta a sí misma. No importa, nadie volverá a pedirle una recomendación “para no pensar”. Fundido a negro.
Cuando las dos únicas facciones entre cuyas filas lanzarse a la batalla parecen ser “los paladines de Tarkovski, exterminadores de los filmes de impíos” y “los adictos al giro final, acólitos de LA sorpresa”, una siente el impulso de pedir la apostasía de las cinéfilas. Los términos medios rara vez suelen ser un acierto (o tan siquiera una realidad), pero no es eso de lo que hablamos, sino de los peligros de plantear el cine como una experiencia categorizable; peligro en tanto intenta pulirse algo que interesa precisamente por sus matices. Cuando se habla de “una película para no pensar (mucho)”, aparece de forma casi inevitable la pregunta: ¿qué es el “cine de pensar”? O, dicho de otro modo, ¿cómo puede no pensarse y por qué demonios deberíamos convertirlo en un objetivo? Quizás ése sea el problema, que en un entorno ultracompetitivo la experiencia cinematográfica se plantea cada vez más como una batalla, una con facciones, paladines y acólitos, en la que la reflexión queda relegada a un segundo plano. El cine es un fenómeno fan. Y quien no encuentra la forma o el interés para acceder al mismo, pierde el interés. Lógicamente.
El cine son relatos, y subestimar el poder de sus narrativas es un error. El cine está siempre sujeto a la experiencia. Y su potencial transformador en las conciencias alberga una eficacia incuestionable. Sorry we missed you, Los santos inocentes, Nina Wu o Los limoneros pueden descubrir realidades a un público que no está familiarizado con este tipo de denuncia social. A priori. En el “otro extremo”, Midsommar, Relatos salvajes o Puñales por la espalda son algunos de los títulos que cruzan la mente de la Tertuliana cuando intenta descubrir cuáles son las “afortunadas cintas” que se incluyen en el conglomerado del cine-para-no-pensar. A priori. Una secta rural, fragmentos que exploran la violencia de la naturaleza humana y un thriller con tintes cómicos en el que se abordan, entre otros temas, la discriminación, los cuidados y el mal del capital (sin convertirla en un filme pedagógico, sin alejarse de su función de entretenimiento). ¿Quedan entonces estos títulos relegados de su categoría para-no-pensar? ¿Según qué criterio? O, mejor dicho, ¿de quién? ¿Es Saw cine-de-pensar? ¿Y Klaus? ¿Lo es Cold War?
Resulta divertido, por no decir profundamente desesperanzador y alarmante, pensar en la aversión al pensamiento como fenómeno humano, siendo precisamente esta característica una de las que nos define como tales. No tanto cómo la ética del trabajo y la moral de la productividad se escudriñan en nuestras mentes hasta tal punto de culpabilizarnos por buscar distraernos y descansar. ¿Una película que me ayude a evadirme de mis circunstancias y pasar un buen rato es una película para no pensar? En absoluto. Y cualquiera que pretenda culpabilizar a quien lo desee, debería analizar sus propias pretensiones cinéfilas.
Pensar en el autocuidado también es pensar, al igual que lo es pensar que una obra es un auténtico bodrio y que has perdido tiempo de tu vida visionándola. Un maratón de ocho horas de “películas de domingo por la tarde”, cuando el cuerpo así lo requiera, es una decisión irrefutable; al igual que una velada palomitera ante “la última de Star Wars”. Una o cincuenta. De igual modo, lo son una concienzuda visión sobre La Haine o Con faldas y a lo loco. Si se quiere, se puede incluso tomar notas. O quedarse dormido. Cuanto más se acerque el cine a su secularización, mejor. Se trata de una disciplina en la que no debería haber pecados. Podemos desprendernos (y deberíamos) de todo: los sesgos, los juicios y la soberbia. Pero no del pensar. De eso nunca.
Como siempre y en resumen, lo importante es no comprarle la basura al capital. Y en esta basura se incluyen también el creer que debe verse sólo cine de pensar, o que se puede ver cine y detener las funciones vitales. La Tertuliana enciende un cigarrillo y expulsa el humo mirando al cielo grisáceo. “Pues igual me he pasado”, piensa. Mira el cuerpo inconsciente del pobre hombre que osó pedirle una recomendación para-no-pensar. “Criaturilla”, se dice. Entonces agarra una servilleta y un boli, sólo le toma un momento. Un poco de papiroflexia, dobla el papelillo y lo introduce en su solapa. Le da unas palmaditas en el pecho y dice “estoy segura de que era lo que querías oír”. Y se esfuma como Carmen Sandiego.
¿Qué ha escrito la Tertuliana en el papel?
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