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Si esto fuera el adiós de Tarantino

  • Foto del escritor: Sofía Á. J.
    Sofía Á. J.
  • 13 may 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 11 nov 2020

Es oficial, colega, soy una vieja gloria (a has-been). Rick Dalton

Título Érase una vez en Hollywood Dirección Quentin Tarantino Género Thriller, Drama País Estados Unidos Año 2019 Duración 165 min

Una oda al cine clásico con tintes nostálgicos ante la cual resulta imposible no enternecerse, forjada a fuego lento bajo las manos de un curtido amante de las epopeyas modernas; acorazada con la actuación titánica de un DiCaprio más que reseñable y un Pitt exquisito. Érase una vez en Hollywood contaba con todos los elementos necesarios para complacer al sabueso más manido del séptimo arte. Sin embargo, frente a esta visceral apuesta sobre el envejecimiento y el conformismo, no son pocas las ocasiones en las que la espectadora se siente defraudada y perdida. ¿Tarantino nos ha engañado? ¿O, nueve cintas después, aún no somos capaces de entenderlo?

El principal error que puede cometerse a la hora de visionar este filme es creer que se trata del relato de la caída de su protagonista. Tarantino presenta a una vieja gloria del Hollywood de los años 50, el actor Rick Dalton, a quien DiCaprio logra dotar de un patetismo desaforado que ahonda en las inseguridades de un hombre pusilánime y una estrella egoísta, pero no exenta de talento. Al inicio de la cinta, no obstante, Dalton no parece preocuparse por el flagrante fin de su carrera. El personaje se revela en un ambiente de comodidad, acompañado por su chófer y compañero de vida, Cliff Booth (Pitt), bebiendo Bourbon en la barra de una vieja taberna.


Excéntrico, acabado, pero seguro de sí mismo. No es hasta la primera conversación que entabla en esta misma barra con Marvin Shwarz (Al Pacino), un agente que materializa todos los miedos imaginables sobre el envejecimiento y el fracaso, que la – sui generis – bucólica situación inicial estalla. Shwarz le ofrece mudarse a Italia para continuar su carrera grabando westerns italoamericanos ante su inminente decadencia en un Hollywood que está en plena revolución, y los fantasmas de Dalton abordan la pantalla con una de las frases clave para comprenderlo: "It’s official, old buddy, I’m a has-been". Pero Érase una vez en Hollywood no es una historia sobre la extinción, sino un cuento. Una narración breve y distendida sobre el paraíso del cine en los setenta, que se vale de los elementos retóricos del sueño americano para presentarnos el barrio más mágico de Los Ángeles en uno de sus momentos de mayor caos y esplendor.


Tarantino, como Dalton, ante el posible ocaso de su carrera se sienta en una mecedora de madera mientras recuerda todo lo que le ha hecho experimentar el cine desde su más temprana infancia. Una de las escenas iniciales, que nos muestra al actor rodando una película de acción ambientada en la Segunda Guerra Mundial, evoca una de las escenas más míticas de El resplandor (1980), cuando éste observa a un grupo de oficiales nazis a través de una rendija en la madera justo antes de perpetrar su brutal asesinato. Posteriormente, frente a la mansión – alquilada – de Dalton, podemos apreciar un mural que refleja el mítico momento catártico de locura de Jack Torrance. Los ecos del séptimo arte, de las grandes estrellas que él nunca llegará a ser, acompañan al protagonista como probablemente la incertidumbre ante futuros horizontes o el valor instaurado de un pasado infranqueable acompañen a Tarantino.


El consuelo de la joven Trudi Fraser a su derrotado compañero de profesión, los dilemas de un Booth eternamente relegado a la función de sombra, un hombre sencillo que parece asistir con perplejidad a los acontecimientos de su vida, pero que nunca pierde el sentido del honor. La influencia magnética de Manson, la inocencia de una hippie adolescente a las afueras del barrio que, repleta de juventud, se adhiere a las principales corrientes de pensamiento que afloran por doquier. Son emociones radicalmente humanas todas las que se nos plantean, y en muchas de ellas puede una sentirse reflejada, inmersa e incluso, perdida.


Sin duda, el tratamiento de Sharon Tate a lo largo de la cinta es uno de los elementos que mayores controversias han despertado. La joven actriz retorciéndose en su butaca mientras se observa a sí misma en la pantalla con emoción, mientras otea recelosa las reacciones del público ante su banal interpretación, la enamorada y romántica que busca un viejo libro en un anticuario para regalárselo a su prometido. Sus extensos minutos de metraje bajo esa espléndida sonrisa parecen augurarle un sórdido final. Con un desarrollo cargado de primeros planos y la promesa desesperanzadora de la vida que está por venir, no es difícil adivinar cuál es el destino que el amante de los grandilocuentes y sangrientos finales le tiene preparado. O sí. Ya que finalmente, alejándose atrevidamente de aquello a lo que nos tiene acostumbrados, Tarantino apuesta por situar el final de su cuento en un momento anterior a su brutal asesinato.


Érase una vez en Hollywood no es la historia de sus personajes, sino el reflejo de su entorno. Los pies grasientos en el cristal de un coche robado, las peleas sucias durante los descansos en los sets de rodaje, las jóvenes actrices que aterrizan cargadas de talento y los viejos vaqueros tristes y olvidados. Las drogas, el alcohol y el patetismo servidos bajo la más glamourosa apariencia. La espectadora respira en una atmósfera de fidelidad, amor, celos, resignación y deseo, en la ciudad de las estrellas donde, finalmente, ni siquiera para un hombre al final de su carrera resulta ser demasiado tarde. Quizás, en lo que sea una cándida despedida a la propia figura del director, o quizás, tan sólo en un soplo que hace airear los recuerdos de quienes vivieron o soñaron con aquellos maravillosos setenta. Si esto fuera el adiós de Tarantino, dejaría un amargo sabor. Más por la despedida per ser que por la forma de hacerlo. Pero no una mala cinta.

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