Para las que ya no escriben
- Irene M.B.
- 15 jun 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 11 nov 2020
Escribir no confiere importancia, la refleja. Jo March
Título Mujercitas ❙ Dirección Greta Gerwig ❙ Género Drama, Romance ❙ País Estados Unidos ❙ Año 2019 ❙ Duración 135 min
Mujercitas es la hermandad perfecta entre un clásico y su justicia, un tributo a las relaciones entre mujeres que pasa por nombrarnos a todas y nombrar a su autora desde la realidad a la que se enfrentó. La narración es la conexión entre cuatro hermanas, tuteladas por una madre que se desvive, el ambiente es el relato de la belleza guiada por la escritura. La mano que nos tiende Gerwig en una película que distorsiona el clásico de la manera más sincera y acorde a lo que posiblemente la autora del libro, Louisa May Alcott, quiso expresar pero no pudo, nos invita a bailar su historia. Recorremos salones dictatorialmente ocupados por parejas y entes solitarios que cruzan sus brazos en busca del amor romántico etéreo que nunca lo fue y tiene complejo de jaula.
Apartando la mirada del estándar victoriano de tela recia y encaje blanco se presentan cuatro hermanas que llegan juntas al baile y así mismo se van. Empezamos a conocer a Amy, Jo, Beth y Meg a ritmo de vals y a partir de ese momento nos colamos en su rutina, descubrimos las aspiraciones y frustraciones que desgarran sus días en una época que ya había construido su vida por nacer mujer o llegar a serlo.

Si bien fueron los matices materno filiales el punto cardinal a conocer con Lady Bird (2018), en el caso de Mujercitas quedan relegados a un cierto segundo plano para dar paso a las conexiones entre hermanas. La complejidad vuelve a ser la columna vertebral de los afectos, esta vez rodeados de hombres que revolotean en la cercanía de sus vidas y que serán más definitorios para unas que para otras. Sin embargo, el aderezo a las cualidades que proyecta cada una de ellas se centra en el arte. Las hermanas personalizan cuatro modalidades culturales, sus pasiones son la música, el teatro, la pintura y la escritura. Un camino abrupto que las llevará a cesar en su persecución cultural en pos del amor, un juego de roles, un quién es quién de destinos escritos que sólo esquiva, precisamente, aquella que escribe.
Presentar a Jo March, interpretada por Saroise Ronan, es mirarse al espejo de la libertad aspiracional, es volver a la ilusión arrebatada por el trabajo asalariado en una butaca de los cines Verdi. En el personaje que Gerwig nos regala para llorar y llorar de empatía y rabia compartidas ha sabido aunar la vida interior de cada una de las mujeres que se mueven por el arrebato y la vindicación de los deseos. Una figura que nos quiere recordar a la undateble Frances Ha (2012) que comienza sus andadas corriendo a contracorriente de todos los paseantes de Nueva York bajo un Modern Love a todo volumen y asimismo lo hace la protagonista de Mujercitas con una banda sonora algo más clásica. Puede que dicha referencia encuentre el sentido en ese rechazo al amor encorsetado, en las ganas de libertad a pesar del desastre que la rodea.
Porque si algo rechaza la escritora protagonista de la película es el casamiento esclavo al que se dirige por inercia, la sustitución del placer -en su caso papel y pluma- por el amor más aplastante. Por ello se aleja de su casa natal y se muda a la ciudad, para aspirar a la libertad en un sistema que no se rige por ella, una decisión en la que seguimos ahondando hoy día. La diatriba de la vida en el pueblo natal, la supuesta pérdida de oportunidades que deriva en la pérdida de identidad. El movimiento queda fielmente reflejado en las dinámicas exigentes y altivas de la gran manzana, que conmueven a Jo a la par que la alejan del pilar familiar que la sostiene. El amor en comunidad aparece como el amor verdaderamente deseado.
Y es el amor por la escritura sin embargo el que la mantiene viva y en rabia, cuestionándose entera y dejándonos perlas de guion que recogen la esencia de lo que supone enfrentarse a un folio en blanco. Las escenas que se suceden explican el desarrollo de la pareja protagonista, un dúo medio impersonal entre Jo March y su texto.
Para todas las que hemos dejado de escribir en algún momento por la rutina incesante y estos tiempos tan faltos de conciencia supone una delicia, una vuelta a la ilusión, al sentimiento primario; la pasión era esto, el arrebato violento de descubrir el deseo entre palabras. Para las que ya no escriben quiere actuar de recordatorio: recuperar la memoria de lo que nos hizo soltar el silencio para atravesar las páginas con la voluntad férrea de quienes se han visto atadas.
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