Las mil y una noches de Ana Ibarguren
- Sofía Á. J.
- 29 oct 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 11 nov 2020
A ti nadie te va a hacer daño. ¿Y eso cómo lo sabes? Porque tienes poder. Doncella a Ana Ibarguren
Título Akelarre ❙ Dirección Pablo Agüero ❙ Género Drama ❙ País España ❙ Año 2020 ❙ Duración 90 min
Si Sherezade hubiera tenido una ventana a la Euskadi del S. XVII, una forma de asomarse a uno de los “juicios” perpetrados por la Inquisición hacia las mujeres que querían vivir su vida sin renunciar a la diversión y a la felicidad, ella también hubiera sido bruja. Ser bruja como opción, como la única posibilidad de perseguir la supervivencia a través de la imaginación. Fingir que eres una bruja para intentar escapar de un asesinato anunciado, orquestado (para escapar, también, del aburrimiento); y proteger al resto de las brujas, proteger al akelarre. Imaginar qué es y que eres una bruja. Asistimos al engaño magistral de una joven, Ana Ibarguren, que logra enredar en su relato a un tribunal tan dogmático y letal como ingenuo, que lleva en su canción el legado de las asesinadas en las hogueras. La cinta de Agüero logra hacernos cómplices del conjuro en un ejercicio de justicia para las brujas en la memoria del audiovisual.

Aquelarre procede del euskera ‘aker’, macho cabrío, y ‘larre’, prado. ‘Aker’ es el nombre que recibe el diablo en euskera, el repetido a lo largo de la cinta: Lucifer, Lucifer, Lucifer. Es ahí, precisamente, donde se ambienta la historia, en el País Vasco primosecular (1609), que el inquisidor francés Pierre de Rosteguy de Lancre recorrió para llevar a cabo una sangrienta caza de brujas. Ana vive en un pueblo de pescadores en el que las mujeres pasan la mitad del año sin los hombres, que se embarcan hasta la siguiente luna llena. “Solas”, afirma el padre Cristóbal, en este extendido silogismo según el cual la mujer no está completa sin la presencia física de un hombre, por lo cual, durante estos meses, las mujeres están solas (aunque estén acompañadas por otras mujeres). Pero Ana, junto a sus amigas, no adoptan el rol de plañideras. Ellas “van al bosque, al claro del lago, danzan en el camino de vuelta y a veces se les hace de noche, teniendo que volver caminando bajo la luna, que es fácil para quien conoce el camino”. Deciden no renunciar a la faceta festiva de la vida, aferrarse a su derecho al disfrute. Y esto les cuesta la acusación de brujería, el encarcelamiento, los tratos vejatorios y, en última instancia, la muerte.
Bajo esta premisa de denuncia y de recuperar la memoria, Pablo Agüero construye una narrativa que se aleja del victimismo y del enjuiciamiento a partes iguales. Bajo la producción de Koldo Zuazua (Regresión, O que arde, Handia) el filme logra dotarse de una atmósfera de inocencia (no en un sentido paternalista, sino como antónimo de la culpabilidad) que sitúa a la espectadora desde un mismo inicio del lado de las acusadas. Y, en su celda, en su aislamiento, las canciones, las tradiciones y su apoyo mutuo vertebra un espíritu de resistencia que no deja de elevar la dignidad de las protagonistas.
Precisamente en torno a éstas sucede un fenómeno muy curioso, y que no se da con frecuencia en la gran pantalla: no se las ve (porque no se las presenta) como a niñas. La escena final del acantilado, en la cual puede comprobarse su estatura real en perspectiva, deja de hecho un amargo sabor de boca. Pero esto no sucede porque se sexualicen ("adultizar" a la mujer por vía de su objetivización), sino por su inenarrable compostura y su resistencia al dolor. Las protagonistas inspiran respeto. En todo momento. En ellas se aprecia una adultez que se vincula con mucha más frecuencia al arquetipo del personaje masculino joven/infantil (1917, El viento que agita la cebada, Cafarnáum o la española Diecisiete). Este carácter combativo, de protección, será el que lleve a la protagonista a intentar ganar tiempo contándole al inquisidor cómo se lleva a cabo el ritual del Sabbat. La película se vuelve entonces fascinante, mostrando el propio proceso de invención del culto, que Ana teje en su imaginación a raíz de los recuerdos de tardes pasadas, que poco tienen que ver con la magia negra.
El reto dialéctico entre la Sherezade vasca y el inquisidor tiene una clara ganadora desde los pocos minutos de metraje. Y todo gira en torno a este triunfo, la fotografía, la hipnótica banda sonora, los silencios y aquello que no se cuenta, sino que cabe intuir de las elipsis. A nivel técnico, la obra trabaja también para su relato y su unidad de sentido. Y su escena culmen, con el aquelarre, nos recuerda a otras hogueras de mujeres en la gran pantalla, como La bruja de Eggers o Retrato de una mujer en llamas de Sciamma. En esta misma escena la película no sólo alcanza su cénit técnico y narrativo, sino que explora con perspicacia sus límites humorísticos y de complicidad entre las mujeres, cuando la vieja doncella y el resto de ayudantes se quitan el sombrero, literalmente, ante el éxito de la argucia que han urdido las jóvenes para engañar a los inquisidores.

Akelarre es una oda a la resistencia de las brujas, un bellísimo instrumento de memoria histórica, con un celuloide impregnado de folklore vasco y una música exquisita, que junto a sus sorprendentes actuaciones elevan a la cinta a una de las imprescindibles del género. Y, pese a su discutible “final Thelma y Louise”, consigue dejar en la espectadora una llama de esperanza sobre el futuro de las mujeres.
Comments