01 el otro mirar
- Irene M.B.
- 30 ago 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 11 nov 2020
Desde lo horizontal la mirada es honesta. La visión sincera de quien se presenta al otro lado no depende tanto de una altura similar sino de girar la cabeza y leer lo que hay dentro. Ella hablaba de profundidad y al atravesar con sus ojos la persona se volvía paisaje. Querida Agnès, tu mirada nos enseñó que la intencionalidad para contar pasa por la aproximación, quisiste mirar de lado e inauguraste un plano que ya siempre será tuyo.

Consecución o imposibilidad del deseo
Comenzar con La Pointe Courte (1956) es ponerle cara al nacimiento del plano. Con su primera película a los 25 años, Agnès Varda nos enseña a focalizar desde dentro el intimismo que consigue enmudecer a los protagonistas, una pareja expuesta a cada una de sus certezas. Situamos la escena en un pueblo de pescadores, Sète, donde se establece un diálogo puramente sentimental y análogo a las realidades de la faena en el mar. Las emociones en ambos. El filme combina libremente estas dos estéticas, encontramos dos episodios: por un lado está el retrato puramente realista de la zona del suroeste de Francia y por otro la historia del joven matrimonio que se encuentra allí para decidir si continuar su historia común. Es entonces cuando aparece un plano que atraviesa a tres, vemos cómo ambos personajes nos interpelan con un obstáculo o conductor delante, el otro.

Tres sujetos como tres elementos; leer, escribir, mirar. ¿Es mirarse de lado, de frente o mirarnos? El cuadro es un opuesto a la complicidad que hubo, el deseo se imposibilita (si aparece lo hace como pura nostalgia), la confianza atraviesa la piel pero el contacto directo ya no es necesario. Nunca fueron sólo dos, nos miran sobrepasando otro cuerpo hasta llegar al nuestro. El plano más allá de participar de un movimiento supuso una novedad intimista que cambió la perspectiva. Influenciada por su propia vida, Varda consigue que lo profundo no derive en perverso, no nos quite lo honesto. No fue un ángulo pretencioso, sólo nuevo y sincero, como toda su obra.
Recorrido del plano en otros
Como tantos otros que bebieron del trabajo de la directora francesa, Bergman supo leer a Varda y escribir su propia versión. En Persona (1966) el relato pasa por la modificación del mirar. Las protagonistas se mantienen la mirada o se evitan, proceso casi médico que las aboca a la similitud extrema y, por tanto, al horror. La suplantación, la superposición de una personalidad por otra o la exhibición de una identidad inexistente, copiada, no enteramente auténtica. En estos casos el deseo está aún presente y su distorsión se sitúa en el medio, lo que mirarse representa pasa por el trauma. En otra de sus películas, El Silencio (1963), los ojos se posan sobre la soledad que dos mujeres no logran superar y que las hunde en un infierno de desesperación. Las protagonistas transitan el miedo y la atracción como proximidades, igual que el amor y la muerte, dos elementos que también Woody Allen recoge en su parodia de la literatura rusa Love and Death (1975). Se cambia de estado, se suplanta el deseo, la soledad y mirarse de lado pasa a ser el otro mirar.
En el plano, a pesar de ser estático, no existe la no acción. Si algo nos llega de cada una de las películas en las que se incorporó es su capacidad frenética. Nos imaginamos que detrás de esos ojos hay un tránsito de pensamientos que no cesa. Dos personas paradas, mirándose, que nos hacen partícipes de la locura emocional de un relato pausado en el que ahora estamos involucrados. Desde el 56 otras películas han adaptado el plano además de las de Bergman y Allen, han moldeado la manera de mirar de Varda tomando de base su perspectiva, su otro mirar.
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