Retrato de una sociedad en llamas
- Sofía Á. J.
- 20 may 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 11 nov 2020
Ésta es mi familia, y te lo estoy diciendo, nadie se mete con mi familia. Abby Turner
Título Sorry we missed you ❙ Dirección Ken Loach ❙ Género Drama ❙ País Reino Unido ❙ Año 2019 ❙ Duración 101 min
Ricky no entrega envíos. Cuando el GPS le sentencia con voz dulce, "ha llegado a su destino", no lo ha hecho. Porque no se dirige a una dirección concreta, sino hacia una esperanza. Ricky conduce hacia un futuro mejor. Ricky se aferra a un clavo ardiendo en el presente distópico que es el S. XXI. Toda la familia se aferra. Abby vive por ella, Abby renuncia a su coche, Abby aumenta el tamaño de sus brazos para mantener unida su manada. Seb fragua, en lo más hondo de su ser, una frustración hacia el sistema que canaliza en un abismo entre él y su padre. Lisa cuida de todos, aunque sea una niña. Sorry we missed you es desoladora. Tras visionarla no queda nada. Sólo desazón.

Sorry we missed you se construye desde el "yo". La de Ricky es la historia de un trabajador sometido a una cruda explotación laboral bajo el régimen, en boga, de contratación como "falso autónomo". Para llegar a formar parte de la empresa, sólo ha tenido que pasar por una sencilla entrevista con su jefe. "¿Estás en paro, cobras la ayuda?" le pregunta éste a pocos minutos de empezar. "No, no, por supuesto, tengo dignidad", le responde. Dignidad. O el constructo meritocrático que el capitalismo ha definido como tal. Un trabajador tiene que ganarse el sustento. Tiene que merecer el hecho tan simple de vivir. Está en deuda por existir. Cuando comienza su contrato, uno de los primeros contactos que tiene con sus compañeros sorprende por su comicidad trágica. El conductor le ofrece a su homólogo recién llegado una botella de plástico, indicándole, con sorna, que "la necesitará para mear". La espectadora asiste con temor al escepticismo del protagonista, temiéndose, desde un principio, lo peor.
La tragedia de la familia Turner es la crónica de un desastre anunciado. En la escena inicial, cuando Abby y Ricky discuten en la cocina sobre la oportunidad que se les ha presentado, y si deberían apostarlo todo por ella, no logra ilusionarnos. No logra, en ningún momento, hacernos creer que ese futuro al que aspiran tiene la más mínima posibilidad de llegar. El tratamiento de los sentimientos humanos a lo largo de la cinta es impecable. Abby es un personaje formidable, que nos emociona, peligrosamente, por su devoción judeo-cristiana, que verte en la dedicación completa a su trabajo. Que no impide, no obstante, la completa dedicación a su familia. Pero no se trata de una historia de ficción, sino de la historia de miles de madres de clase obrera que se ven obligadas a pelear con uñas y dientes el derecho a una vida digna.
El personaje de Seb, hijo mayor, es un reflejo perfecto de cómo el capitalismo empuja a los y las adolescentes hasta el límite. Seb no odia a su padre. Seb odia al reflejo de la explotación que él, probablemente, sufrirá en un futuro, y que encuentra sin esfuerzo en el porte cansado de su progenitor. Seb odia que su padre le odie, que llegue a casa extenuado y que nunca le entienda. Ricky odia el egoísmo de Seb, su rebeldía injustificada y su falta de comprensión. Pero Ricky y Seb se aman como sólo saben amar los pobres. Y en la escena final, ese niño asustado que da golpes en el parabrisas de su padre, que quiere protegerlo a toda costa mientras le grita que se detenga, la mirada de ese padre desesperado, que está dispuesto a cualquier cosa por su hijo; nos hiela la sangre.
La pequeña Lisa tampoco se escapa a las garras de la deshumanización capitalista. Y es a través de ella que Loach consigue, a la vez, retratar los momentos más humanos de la cinta. A sus ojos, la explotación queda convertida en un juego. Más que eso, el único momento de complicidad que puede vivir junto a su padre. Una esclusa que la lleva a un presente que no existe. Que le permite creer, por unos instantes, en la idea de ese futuro mejor al que se dirige, continuamente, su padre. Pero que nunca llega. Y a Seb, su trabajo le arrebata hasta este pequeño refugio, cuando un cliente se queja de que la hija ha acompañado a su padre durante la jornada laboral. El cliente siempre tiene la razón.
La crudeza general de la obra consigue que su tono dramático – in crescendo, y que se sublima con las escenas finales – no nos sorprenda. Asistimos al retrato de una sociedad en llamas. "No trabajas para nosotros, sino con nosotros. No conduces para nosotros, prestas un servicio. No hay contrato, hay estándares de calidad que deben cumplirse. No hay salario, hay tarifas". Pero lo único que hay, verdaderamente y en todo momento, es la certeza de que no estamos viendo una distopía, ni un relato de ficción. Contemplamos una de las muchas historias en las que la meritocracia y la continua adaptación del sistema, en su propia deshumanización, destruye a una familia. El llanto desolador de Abby en la sala de espera de urgencias, mientras le grita al jefe de Ricky "ésta es mi familia, y nadie se mete con ella", es una oda a la desesperación. Y a la fuerza, el tesón y el poder que reside en la clase obrera. Pero que, como contemplamos durante los cien exactos minutos de metraje, no puede aflorar cuando ésta se encuentra atomizada.
¿Por qué no unirse contra el régimen que asfixia? ¿Por qué, en la empresa de Ricky, ni siquiera existe un sindicato? Por lo que su propio director ha declarado en múltiples entrevistas: el capitalismo ha llegado a la perfección. Ha conseguido fagocitar el mismo concepto de emancipación para emplearlo a su favor, despojándolo de todo matiz revolucionario. ¿Puede reprochársele a Loach su tono desesperanzador? ¿Su final, por pesimista? Quizás, pero estaríamos castigando, realmente, a la realidad por su excesivo realismo. Loach no romantiza la precariedad, simplemente se aleja de dotar de tintes fabulescos una historia que no tiene moraleja. Nuestro protagonista no tiene otra opción. Cuanto más se le explota, más deudas acumula, cuanto más trabaja, más se ata a la necesidad de trabajar, y más se aleja ese futuro idílico hacia el que conduce, continuamente. Ese futuro que siempre está a punto de llegar, pero nunca llega.
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