Un ambicioso menú degustación
- Sofía Á. J.
- 17 oct 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 11 nov 2020
De modo que la pregunta es: ¿Qué vamos a comer? Trimagasi
Título El hoyo ❙ Dirección Galder Gaztelu-Urrutia ❙ Género Thriller ❙ País España ❙ Año 2019 ❙ Duración 94 min
El hoyo es una cinta sin complejos, que aborda sin tapujos la naturaleza humana más cruda, nuestros instintos y deseos. La bondad, y cuánto importa ésta cuando acecha el peligro. La empatía, y en qué podemos convertirnos de carecer de ella. La fe, y si tiene algún sentido buscarla. Habla de nuestra sociedad, de la inmediatez; dejando algún que otro mensaje confuso sobre su “verdadero significado” y ninguna moraleja. Su narrativa funciona, entretiene, su violencia complace y su mensaje, en efecto, nos deja indiferentes. Porque, tras la salida de este “centro vertical de autogestión”, los de abajo, estarán abajo, y los de arriba, seguirán estando arriba. Gaztelu-Urrutia no sugiere otra cosa, pero deja abierta la poderosa posibilidad de un futuro.

Cuando Goreng (Iván Massagué) despierta en una celda junto a su peculiar compañero de encierro, Trimagasi (Zorion Eguileor), parece conocer tan poco como el espectador sobre qué le depara el futuro dentro de “el hoyo”. A través de un clásico preguntas y respuestas entre el personaje que conoce todos los entresijos de la acción y aquel que no parece tener ni idea del lugar al que ha accedido a entrar, se presenta a la espectadora el punto de partida de la obra. Este recurso se utiliza con frecuencia en el cine: desde las clásicas “contextualizaciones cantadas” de Disney (con su máximo exponente en el inicio de El Jorobado de Notre Dame) hasta el capítulo final de Juego de Tronos, cuando Tyrion explica a Jon Nieve qué es lo siguiente que debe suceder y, al mismo tiempo, provoca que suceda en el tiempo interno de la narración.
“No llame a los de abajo, porque están abajo. Los de arriba no le contestarán, porque están arriba (…) ¿Es usted comunista? Los de arriba no escucharán a un comunista” (…) ¿Y si lo hacen los de arriba? Ya lo habrán hecho”.
Así sentencia el curtido reo las esperanzas que el protagonista puede inicialmente tener para conseguir romper la mecánica del hoyo mediante la colaboración de todos los internos. Y es que la construcción de la alteridad en la cinta resulta ciertamente interesante. “Los de arriba” tienen el privilegio de atacar el banquete cuando aún no ha pasado por las manos de otros muchos. Pero este privilegio se basa únicamente en el azar, ya que los de arriba, el próximo mes, podrían ser “los de abajo”. No hay chantaje posible, no hay dinero, no hay un método de coacción posible. El odio hacia los de arriba es totalmente visceral, a la par que aleatorio. Se odia también, y por igual, a los de abajo. El hoyo aísla, individualiza, y genera odio. No hacia el privilegio – pues ya hemos visto que también se odia a los de abajo – sino a la situación, a su mecánica. Provoca tanto aversión como desazón, y aquellos que aún pretenden desafiar al ‘statu quo’ no acaban de encajar en la atmósfera grotesca de la cinta.
Baharat (Emilio Buale) se cuela en la trama como un Han Solo particular que pretende escapar del infierno y ve frustradas sus intenciones con celeridad. Y es quizás, en el momento en que intentan dar a su viaje junto a Goreng un sentido heroico, cuando la película se frustra. El hoyo, en efecto, no tiene complejos. Una cinta que pretende ser una alegoría del sistema en el que vivimos no puede actuar con timidez, y puede fácilmente deducirse que sus pretensiones son ambiciosas. Esto funciona en la “primera fase” de la obra, cuando el debate gira en torno al individuo, ya que a cualquiera le interesa (y se ve tentado por) explorar la propia naturaleza humana, las tensiones y los límites de la supervivencia, el lado más “animal”: ¿Sería yo capaz de hacer lo mismo para continuar con vida? Pero cuando esta primera etapa se abandona en pos de un debate sobre la idiosincrasia de nuestra sociedad – y su “solidaridad espontánea” – la reflexión le queda a la película como un traje grande, y con difícil remiendo.
No obstante, los debates que subyacen de su trama hacen de la película una experiencia recomendable y satisfactoria. En ciertas ocasiones, interesa más aquello que no se muestra que lo que se está mostrando. El papel de Dios, de la fe, el ostentoso restaurante que se sitúa sobre el hoyo, el sistema que rige fuera de la prisión, los valores sociales de ese mundo que se nos plantea, y que en ocasiones se parece al nuestro, pero no acaba de encajar con él. De igual modo, su simbolismo – y sus tópicos – resulta una de sus mayores bazas. “El hombre sabio” (encarnado en Trimagasi y en el maestro en silla de ruedas, que, si bien no acaba de encajar en la trama, funciona en su intención performativa), “el eterno retorno” (vuelven los muertos, vuelve Miharu; todos los fantasmas vuelven).
Quizás, si El hoyo se hubiese conformado con menos, hubiese funcionado mejor. Como ficción palomitera con violencia explícita de domingo por la tarde, nada es reprochable. Pero como metáfora, como alegoría de una sociedad que pretende denunciar “que, bajo el egoísmo humano, ni socialismo ni capitalismo pueden funcionar”, el final “abierto” y la sucesión de encuentros finales no quedan a la altura de la propuesta inicial. No obstante, la experiencia resulta igualmente disfrutable y, en especial, consigue que la espectadora permanezca en todo momento expectante, atenta y preguntándose “qué haría ella en esa situación”. A la Tertuliana no le interesan los debates sobre el final, si la panacota llega o no, si el mensaje conmueve a la administración, si ésta “tiene o no conciencia”, si la niña sobrevive o, tan si quiera, existe. Le interesa mucho más el simbolismo y, en especial, el disfrute. Y, desde arriba, El hoyo se hace disfrutar.
El hoyo es disfrutable, pero no mesiánica. Ni ella, ni su protagonista. Es disfrutable su banda sonora (que emula, inquietante, el sonido de las ollas), son disfrutables sus planos y sus actuaciones, sus frases pícaras, su violenta dialéctica, su estructura narrativa provocadora y sus planos, su opulencia y su descaro. Fuera de eso, quizás la única reflexión pertinente y acertada sea aquella que realiza sobre la inmediatez (“la comida sólo nos pertenece cuando la plataforma está en nuestro nivel”). Quizás haya que conformarse con disfrutarla, y prescindir de la reflexión. Quizás El hoyo sea la primera película que nos haga cambiar de opinión sobre el cine de pensar.
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