Memorias de un topo
- Sofía Á. J.
- 1 abr 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 11 nov 2020
Eso ha conseguido el Movimiento, que la gente no piense. Higinio
Título La trinchera infinita ❙ Dirección Jon Garaño, Aitor Arregi, José Mari Goenaga ❙ Género Drama ❙ País España ❙ Año 2019 ❙ Duración 147 min
"Métete ahí y luego ya sales, cuando se vayan". Salir: pasar a estar fuera de un espacio limitado. "Lo de la semana que viene, al final, no va a poder ser, yo me las apañaré". Apañar: arreglar una cosa rota o estropeada de manera provisional en espera de tener los medios para hacerlo adecuadamente. "Rosa, ¿dónde vas? No digas tonterías". "Estoy harta, tú no estás, ni como marido, ni como padre ni como nada, estoy yo sola". "No digas tonterías". "Quiero tener un hijo". "Rosa". "He vivido toda mi vida con miedo, merezco saber quién eres". "Rosa". "Búscate una novia, déjate de trincheras, deja la lucha, pasea de la calle, de su brazo". "El autobús sale a las 11".

El encierro carcome los músculos, las pupilas, el sentido común y, sobre todo, el alma. La trinchera infinita es un relato intimista en torno al peor de los hacinamientos, el impuesto, el no esperado, el que se da por hecho que terminará pronto. ¿Puede Higinio vivir eternamente huyendo de los Guardias Civiles, saltando las paredes de los huertos y escondiéndose entre los rastrojos de olivo de la sierra? No. La solución es esconderse, momentáneamente, hasta que acabe la guerra. Entonces todo cambiará. Pero no cambia. La solución es, entonces, esperar a que ganen los aliados. Entonces todo cambiará. Pero no cambia. Higinio permanece, siempre asustado, siempre atento; y ya en su vejez, hecho al miedo, cuando “no hay nada que temer”, es su propia psique la que inventa fantasmas que siguen reteniéndolo en aquel agujero inmundo.
La cinta no podría tener un título que presentara con mayor perfección lo que se está a punto de ver. Durante los primeros quince minutos de metraje el tiempo discurre a toda velocidad. El joven miliciano corre, de un lado para otro, escondiéndose de los vecinos que pueden acusarle, bajando al pozo en el que cree que está seguro, arrastrando su pierna atravesada por una bala en la absoluta oscuridad del campo abierto en la noche. La respiración de Higinio se vuelve la nuestra propia, y su angustia resulta tan densa que puede sentirse, olerse.
Cuando estalla la Guerra Civil, Rosa e Higinio llevan pocos meses casados. Cuando ella le sugiere por primera vez “que se meta en ese boquete de la cocina, y luego ya salga, cuando se hayan ido”, están planeando su viaje de novios, en el que ambos descubrirán juntos el mar. Pero el compromiso de Higinio con sus ideales lo somete a un encierro cuasi de por vida. Y la obra, de forma honesta y elegante, no peca de romantizar la lucha. Le asaltan la locura, el arrepentimiento, las pesadillas y los remordimientos. Higinio se presenta, en su agujero, como un ser despreciable. Egoísta, miedoso, avergonzado.
La obra es también una historia sobre las distancias, cuyo uso en la gran pantalla se ha abordado tanto desde lo físico como desde el sentimiento. Rosa y su marido se encuentran a unos pocos metros de distancia, apenas separados por unas esbeltas puertas de madera. Pero la distancia que los separa es, en efecto, infinita. Rosa no puede vivir una vida al margen de la desgracia que alberga de puertas para adentro, pero tiene que fingir que su marido ha desaparecido, muerto, que ella no sabe nada. Y esta valentía genera un abismo que, en ciertos momentos, llega a parecer infranqueable. Eterno.
Sin lugar a dudas, lo más reseñable de la película son sus actuaciones. Una Belén Cuesta en el que probablemente sea su mejor papel hasta el momento, humano, cercano, desgarrador y sincero, junto a un Antonio de la Torre sobresaliente, indudable y absolutamente vulnerable. Si bien el envejecimiento físico de los protagonistas, en algunos puntos, no resulta todo lo creíble que debería y aleja a la espectadora de la historia, el envejecimiento de sus historias se aborda de manera intachable. Asimismo, su música y, en especial, sus silencios, contribuyen a la creación de una atmósfera asfixiante que acompaña al visionado desde el minuto cero. El tempo adereza una trama en la que, finalmente, no sobra un solo segundo. En la madriguera de Higinio no se oye nada, sólo el pasar de las páginas y las discusiones lejanas de los vecinos. Asimismo, su cuidada fotografía, especialmente en los momentos de oscuridad a la luz de velas y candiles, embriaga e hipnotiza.
Un aspecto a resaltar, sin duda, es la valentía que rodea a esta obra en su complejidad. Desde la decisión de rodarla con unos personajes que hablan el andaluz de la posguerra, el de su historia original, hasta la elección de qué muestra y qué esconde, qué nos hace explotar y qué intuir. Una de las escenas que más consiguen remover en las entrañas es la vuelta del fantasma, que, contra todo pronóstico, se sienta junto a su asesino y le subraya, en plena vorágine de reproches y balas, la valentía que éste ha tenido “incluso para no quitarse la vida”.
La trinchera infinita es, en última instancia, una historia de resiliencia, de amor y perseverancia. Una ventana al alma de un miliciano que sobrevive pese a todo, y de una mujer poderosa, valiente y que consigue resistir, criar a su hijo y mantener unidos todos los hilos de su maltratada familia, sola. La crudeza de sus diálogos y la veracidad de sus hechos la vuelven una apuesta más que segura. Y en su escena final, el azul del cielo de Málaga parece llenar tanto nuestros corazones como lo hace con el del propio Higinio. Es un acto político dar un final esperanzador, luminoso, a una historia de sufrimiento (máxime, cuando está basada en hechos reales). Un acto político y necesario.
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