Acompañar desde la sororidad
- Sofía Á. J.
- 5 nov 2020
- 5 Min. de lectura
No estoy preparada para ser una madre. Autumn
Título Nunca casi nunca a veces siempre ❙ Dirección Eliza Hittman ❙ Género Drama ❙ País Estados Unidos ❙ Año 2020 ❙ Duración 101 min
El cine de la experiencia es quizás aquel que deja una huella más honda en la memoria. Nunca casi nunca a veces siempre no tiene un solo giro sorprendente – más allá del momento en que la espectadora repara en a qué se debe su título –, pero logra hacer mella en la empatía, mantenerte implicada durante ciento y uno minutos intentando cuidar a Autumn y a su prima con la mirada, no desde una óptica paternalista sino, precisamente, desde la comprensión. Llegado un punto la pregunta no es si lo conseguirán, ya que su determinación queda clara desde un primer momento, sino cómo, con qué secuelas y, sobre todo, a qué precio. Su manera de tratar el embarazo adolescente no deseado, los abusos sexuales y el aborto reflejan una realidad necesaria: un equipo de rodaje (dirección y guion – Hittman –, fotografía – Hélène Louvart – y música – Julia Holter –) compuesto íntegramente por mujeres. El de la cinta es un viaje trazado desde los cuidados y la sororidad.

Autumn es una adolescente que vive en una pequeña ciudad de Pennsylvania, trabaja en un supermercado en el que su jefe la acosa, tanto a ella como a su prima (Talia Ryder), y está embarazada. No sabemos desde cuándo, no sabemos cómo, no sabemos quién es el padre (no obstante, lo imaginamos, y también hay política en esta ausencia). Forma parte de su intimidad y de la intimidad de la película. Ese universo que Eliza Hittman decide no revelarnos y que envuelve en largos planos bajo la lluvia, en absoluto silencio. Pero sabemos algo, desde el principio, la acompañamos en su única certeza: no quiere, no está preparada para ser una madre. Y es ahí donde comienza su solitaria odisea, que Sidney Flanigan encarna con una actuación más que reseñable.
Nos encontramos ante un coming-of-age que no parece tal cosa porque, en el imaginario colectivo, una chica de diecisiete años ya debe contar con la madurez de una mujer. No obstante, estamos ante un proceso de crecimiento desde una doble perspectiva, ya que Autumn (como el resto de mujeres) no tiene únicamente que crecer como persona, sino también desarrollar una resistencia adicional al patriarcado. En la escena inicial, la protagonista canta en el que será el primer espacio hostil de la obra: un escenario vacío frente a un público que la insulta, un chaval que imita el gesto de la felación mientras la mira a los ojos y un padre que no sólo no la apoya, sino cuya figura únicamente resulta destructiva para su vida. Sin embargo, ella sigue cantando. "Él tiene todo el poder, el poder del amor sobre mí". En una de las escenas finales, ya en Nueva York, mientras su cuerpo, literalmente, sangra y sobrelleva el dolor en soledad, Autumn volverá a cantar. Como si aferrarse a la posibilidad de un futuro (una identidad más allá de ser o no madre, de estar o no embarazada) le aportara la fuerza para sobrellevar el momento presente.
Para abortar en Pennsylvania una menor requiere de autorización parental. Pero Autumn no puede permitírselo (como se refleja escueta y crudamente desde un inicio, con la conflictiva relación con su padre). La protagonista golpea su vientre con la esperanza de hacer desaparecer un problema que ni siquiera sabe cómo concebir, cómo plantear; se atiborra de vitaminas y contempla, con los ojos vacíos, el vídeo que en la clínica de su ciudad le reproducen explicando “por qué el aborto implica un asesinato de un niño”. Desde la butaca puede sentirse su propia desesperación, hasta que su prima comprende qué está pasando. Desde entonces, y pese a que la situación no termina de volverse más fácil – ni mucho menos –, comienza a respirarse una sensación de alivio. Todo cambia, todo se suaviza. Es el efecto de la sororidad, del apoyo y la confianza, tanto dentro como fuera de la pantalla.
"He ido al doctor. ¿Qué pasa? ‘Problemas de chicas’. ¿Te duele la regla? A mí también me pasa, todo el tiempo. Me atiborro a pastillas. ¿No desearías a veces ser un tío? Todo el tiempo".
El particular viaje se refleja con la veracidad de aquel que tendría lugar en la realidad: con los silencios propis del no saber manejar una situación que a cualquier mujer (sin medios) le vendría grande, con el apoyo de dos amigas que se saben en apuros, con los envites y los errores propios de la adolescencia. Si algo hay que señalar por la delicadeza con la que se aborda, es sin duda el trato de la soledad; de cómo Autumn, pese a estar acompañada, tiene que enfrentarse a las adversidades del viaje, a su propio cuerpo, a su manera de afrontar las situaciones, a la falta de medios, a sus padres, a los convencionalismos de la sociedad.
La escena en la clínica de interrupción del embarazo – sin duda, la más sobresaliente de toda la cinta – alumbra un proceso complejo, como es el momento previo a un aborto, con gran virtuosismo, tanto por su guion (con el momento de opción múltiple que da nombre al filme: ¿Alguna vez te han forzado a tener relaciones? Nunca, casi nunca, a veces, siempre) como por la sobresaliente actuación de Flanigan, repleta de inocencia pero también de fuerza. Se trataba sin duda de un reto complejo, en la línea de la película de no victimizar ni paternalizar la mirada con la que se presenta a las protagonistas, pero Hittman logra sortear estos peligros y presenta un resultado más que satisfactorio.
Quizás la relación entre Autumn y su prima pudiera haberse abordado con mayor profundidad, ya que, si bien entendemos sin necesidad de explicaciones la ayuda que ella le borda, las dudas y el apoyo que se brindan desde la base de sufrir el mismo acoso machista (en el trabajo, en la noche neoyorquina, en el metro), los lazos que se tejen entre ambas acaban finalmente resultando confusos. Y, en la escena culmen en la que se dan la mano alrededor de la columna, el ejercicio no acaba produciendo el efecto deseado.
Nunca casi nunca a veces siempre se revela finalmente como un retrato fiel de una problemática común para las mujeres como es el realizar un aborto en un ambiente hostil (desde su misma decisión hasta que se completa el proceso), máxime, cuando como en este caso se trata de una adolescente. El relato logra desmitificar el proceso y, quizás, sea capaz de hacer comprender a aquellos que creen que se trata de una decisión fácil; quienes a menudo olvidan que para nadie deja tantas secuelas como para la propia madre. La rotundidad con la que Autumn afirma que no quiere, que no está preparada para ser una madre es un acto de valor infundido para todas aquellas mujeres que alguna vez se han visto o habrán de verse en esta posición. Y la cinta termina siendo un ejercicio terapéutico, sanador, que muestra que un futuro es posible, incluso bajo estas circunstancias.
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