Soy la palabra y el deseo una isla
- Irene M.B.
- 6 dic 2020
- 3 Min. de lectura
En todas las islas hay algo feroz que me gusta. Vivian Barrett
Título My Mexican Bretzel ❙ Dirección Nuria Giménez Lorang ❙ Género Documental ❙ País España ❙ Año 2019 ❙ Duración 73 min
'Dale la vuelta al marido y muestra el lado oculto', que dice Carson. La intensidad erótica del proceso hacia el desamor es el tango con el que la directora Nuria Giménez nos conduce a la introspección de los Barrett, un matrimonio sumido en el hedonismo que revive gracias a las cámaras de las que él no se separaba y ella acabó por detestar. ¿Filmar es dejar de existir?
El confinamiento nombró a una reina sincera e irónica. Encerradas, vimos en el diario de Vivian Barrett una reafirmación estética de nuestro propio journal -porque en marzo todas tuvimos un cuaderno en el que escribir la locura-. Cada detalle de My Mexican Bretzel constituyó un acontecimiento en sí mismo. Con un estilo a lo Grey Gardens (1975), rodeada de technicolor y filmada en Super 8 o 16mm, sentimos las imágenes de Vivian y su entorno como la restauración de una memoria vívida, de un relato sincero y a la vez ficticio en el que el silencio tiene un sentido crucial y la realidad nada importa. Ahora, desconfinadas y con los posos del pasado flotando todavía en el café, el filme se proyecta en cines y su voz nos llega fluida hasta encontrarnos de nuevo: recorremos con ella el deseo y el ruido.

El deseo para Vivian no es algo que se pueda desperdiciar. A través de su diario vemos como el temprano enamoramiento de sus comienzos grabados con León se moldea, se transforma hasta percibir la carencia, porque qué es Eros sino aquello que no tenemos. El deseo que él va perdiendo, en ella se vuelve hambre y el tiempo lo agudiza; es entonces cuando el intimismo a modo de consuelo parece prioritario y la protagonista nos empieza a contar. En la confesión siempre se han encontrado la libertad y la muerte, una misma se disuelve en el relato que corporeiza el dolor. Sin embargo, en este caso la ficción de sus palabras da forma a lo que fluye (o desaparece) entre ellos dos.
El valor artístico del filme enfoca el deseo a modo de isla, ese enganche feroz de la protagonista hacia el mar que la rodea es nuestra percepción inmersiva en la belleza; estamos dentro de algo que no hemos visto jamás, que en su extensión nos abruma y conquista. Además, por si las palabras pudiesen distraernos de la composición estética, llegan los silencios y contemplamos las imágenes en movimiento sin artificios. La fuerza es la mirada y lo que sentimos a través de los ojos de Vivian.
Son nuestros ojos los que a medida que la película avanza se tornan molestos. Vivian, incómoda delante de la cámara, nos provoca pudor al mirar. Por momentos queremos parar, dejarla tranquila, respetar la decisión de no querer permanecer en el tiempo y solamente existir en el instante para morir a ojos de quien no te ha vivido. León, para de grabar. Su deseo es también el derecho al olvido.
El silencio precede al ruido del mar, de un coche o un avión. Es la ruptura del Stendhal que permite que las imágenes sucedan mientras nos quedamos ancladas en lo que se acaba de decir. Desmadejamos el nudo en el estómago y tiramos del hilo que sale de la butaca en la que nos sentamos. Respiramos. Se acerca el final y aparecen los temores, escuchamos el ruido de sus propios miedos y con franqueza pensamos qué le diríamos, cómo arroparla. Enmarcadas en el desastre, en mayo entendimos a Vivian desde la incapacidad de proyectar y hoy nos reencontramos con ella en el recuerdo.
* Imágenes: Fragmentos de My Mexican Bretzel- Poema Flesh of the Peach de Anne Carson
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